Toda película que presente a su personaje estrella dilucidando la manera de enterrar a su chimpancé debe pertenecer por derecho propio a la categoría de lo arrebatador.
Así introduce Billy Wilder a su Norma Desmond, la diva olvidada del cine mudo, decidida a volver, apestando a naftalina, refugiada en una gloria caduca.
Hemos llegado a "Sunset Boulevard" (El Crepúsculo de los Dioses).
Hemos llegado a "Sunset Boulevard" (El Crepúsculo de los Dioses).
El cine de Hollywood volvía loco al público. Lo hacía fanático y absurdamente idealista.
Con "Sunset Boulevard.", Wilder aseguraba que los responsables de elaborar ese astuto pastel de sueños salían aún peor parados. Decepciones, manías, egos, escándalos, locura y muerte.
Con "Sunset Boulevard.", Wilder aseguraba que los responsables de elaborar ese astuto pastel de sueños salían aún peor parados. Decepciones, manías, egos, escándalos, locura y muerte.
Hacía mucho tiempo que Hollywood era un estercolero con lilas sembradas, y es eso lo que cuenta "Sunset Boulevard", la película más enfermiza y fascinante jamás realizada sobre las películas.
Joe Gillis (William Holden) es el guionista de Norma Desmond, aquel que se convierte en el interlocutor de Wilder y Charles Brackett. Y, éstos, como Joe, acaban siendo los gigolós de la Desmond.
Norma se hace la dueña de la película, identificada, mimetizada con Gloria Swanson, la actriz que la interpreta.
"Sunset Boulevard" se vuelve doble: es la historia de un guionista arruinado que busca pagar la letra del coche, y es la pesadilla gótica dictada por una vieja loca. Siempre con una extraña melancolía, un signo de compasión y un tremendo sentido del humor.
"Palabras, palabras, palabras". La Desmond odia los diálogos y el sonido que producen, aquel que la enterró hace años. Pero necesita a Joe, como escritor y como amante.
La cama palaciega donde duerme sería eternamente suya, si Joe no fuera tan rebelde, si no tuviera esa cara de náusea y si no hubiese encontrado a Betty Schaefer.
La cama palaciega donde duerme sería eternamente suya, si Joe no fuera tan rebelde, si no tuviera esa cara de náusea y si no hubiese encontrado a Betty Schaefer.
Los personajes de Norma, Joe y Betty son símbolos de las tres maneras de escribir un guión en Hollywood.
Norma es la película de la estrella, la fórmula historicista y folletinesca, una cámara clavada en un rostro.
Joe es la respuesta masculina, terrenal, corrupta, sin ideales, adosada al género de la calle y al estereotipo de la ciudad.
Betty es la reconversión; el tema social, el compromiso, la inspiración, la verdad, la vuelta al escritor.
"Sunset Boulevard" cuenta el choque mortal de los tres valores, y habla de la mentira del triunfo en cualquiera de ellos. Porque la excelencia dejó de ser noticia cuando apareció el escándalo.
"Sunset Boulevard" es diversión asegurada para cualquier que quiera venderse, para el que no tenga precio, para que el se sienta preso de una gloria pasada, para el que quiera una pitillera de oro dedicada con la frase Mad about the boy.
Y para todo aquel que desee poner las uñas sobre William Holden, nuestro maromo vintage del próximo jueves.
Y para todo aquel que desee poner las uñas sobre William Holden, nuestro maromo vintage del próximo jueves.
"Las estrellas no tienen edad", proclama Norma. Y algunas películas, tampoco. Ni frases tan clichés como esta última.
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