miércoles, 4 de enero de 2012

El Pincel de Walt Disney


Maestro de la animación, supremo magnate hollywoodiense, creador de un estilo mil veces copiado y jamás replicado, ¿quién fue Walt Disney?
Él nunca respondió a la pregunta y quiso ocultarse detrás de sus queridos muñequitos de la vida.


En medio de su colosal éxito, restaba el misterio del hombre y su sonrisa, quien firmaría los más efectivos productos de entretenimiento del siglo XX.


Durante años, Walt Disney dio voz a su criatura favorita, Mickey Mouse. Dicen que también lo vistió con su alma.
Aquel ratoncito representaba al americano común, de carácter inocente y soñador, que se gana el final feliz con su bonhomía y un poco de suerte.
Mickey era el espejo favorecedor donde hombres como Walt preferían mirarse.


Walt Disney había sido hijo de una modesta e itinerante familia del Medio Oeste.
Desde Kansas hasta Hollywood, se trazaron las líneas de su gran empresa: el dibujo y la animación.


En los años treinta, se consiguieron los beneficios y se consagró la línea básica de sus productos.
Hoy en día, The Walt Disney Company sigue siendo, en esencia, la que fue: próspera y eminentemente familiar.


En sus primeros cortos cómicos, el estilo Disney se entroncaba con el humor slapstick, que compitió directamente con otras empresas de la animación.


A base de desmedidas ambiciones y la melodramatización paulatina de sus producciones, Disney se distinguiría pronto entre sus rivales.


Limpieza formal y controlada extravagancia se hicieron faros creativos.
Sus imágenes y argumentos eran tan impactantes como asequibles, lo que explica que captaran enseguida la atención del público de todas las edades.


Como eterno empresario, se lo jugó todo en muchas ocasiones y nunca desfalleció.
Monumental fue el esfuerzo para crear "Blancanieves y los Siete Enanitos", histórico primer largometraje animado, que cimentó su carrera.
No había mayor secreto que contar el relato de siempre, sin sangre, con sombras y una rotunda villana.


Sus siguientes héroes estuvieron diseñados para el trauma.
En tres consecutivas obras maestras, se expresó el cuento-susto, con "Dumbo", "Pinocho" y "Bambi".


Las tres versaban sobre seres desterrados, sin hogar, que deben aprender a valerse por sí mismos, mientras aprenden sobre los crueles meandros de la existencia.


Estrenadas en los años de la Segunda Guerra Mundial, parecían una preparación para la inexorable pérdida y la esperanza en la recuperación.


A lo largo de su carrera, las películas de Walt Disney experimentaron mayor o menor atracción.
Taquillazos como "Cenicienta" se combinaban con decepciones como "Fantasía", experimento de animación y música, donde primaba el virtuosismo de la imagen sobre el argumento.


A Disney no se le deseaba especialmente por sus bizarrías experimentales, sino cuando era el viejo papá que abría el libro y contaba aquel bonito cuento de tiempos nunca existidos.


En Hollywood, fue rey hermético en su castillo, mientras la Academia lo honró con más premios y nominaciones al Oscar que ningún otro ser viviente.


Se declaró convencido anticomunista, al participar en una organización mccarthysta en tiempos de oscuridad para su país, en general, y Hollywood, en particular.
La conservaduría americanista del señor Disney no era ninguna novedad y, de hecho, se puede rastrear en las esquinas de sus películas.


Sería en su filmografía sesentera cuando se haría más notorio el desfase entre la madurez del público y la buscada inocencia de sus títulos.


Pero la sacralización de su nombre y la buena factura de sus peliculones, reestrenados mil veces, lo hicieron eternamente irresistible, hasta en las épocas donde más se lo cuestionó.


Tras su muerte, abría puertas su último gran proyecto: Disneyworld, parque de atracciones enteramente dedicado al universo de sus personajes.
Disney fue más que cine, y sus alargados brazos han llegado a todos los rincones del entretenimiento.


A día de hoy, Disney es un imperio indiscutible, poseedor de varias plataformas de comunicación. El estreno de la última película animada es sólo un producto más entre miles: desde el osito de peluche hasta la más reciente serie de la cadena ABC.


En sus mejores películas, Walt Disney cuenta su propia historia a la perfección: el duro camino de los harapos a la riqueza.
Disney les otorgó un encanto genuino a los clásicos cuentos de hadas, dentro de sus costosas superproducciones animadas.


El dibujo se sumergía en el glamour disneyano: la delgadez de los personajes, las estilizadas sombras del bosque, los reflejos en las superficies acuáticas.


Nadie ha evocado un mundo remoto e incierto de una manera tan efectiva y sencilla como Disney.
Voces musicales que hacen uuuuuh, estrellas que titilan y párpados que se cierran lentamente al dormir.


Disney no sólo nos contaba cómo debió ser el mundo, sino también el modo ideal de soñarlo.


¿Quién fue Walt Disney? Un genio. De esos que nunca mueren.

3 comentarios:

CaféOlé dijo...

Lo de este señor me parece admirable: ha conseguido que todos seamos "generación Disney". Sus personajes, a pesar de que son ñoños a más no poder, son atemporales.
Ahora, ya de mayor, los que más me gustan son los malos, ji, ji.
Un beso.

Alejandro Lagarda dijo...

Me ha encantado, para no perder la sana costumbre.

Todos de un modo u otro hemos crecido con sus películas, que han conseguido ser atemporales quizá por ese universo propio tan reconocible y tan atrayente.

Sus versiones de los cuentos tradicionales, aunque no suelen ser muy exactas (¿y qué?), han quedado como versiones definitivas y han logrado que personajes como Blancanieves, la Cenicienta... etc no puedan tener otro rostro que el dibujado en sus producciones.

Soy un auténtico fan de este señor ¿quién no? El mundo sería mucho más feliz con princesas tan buenas, príncipes tan prudentes y malos tan evidentes.

¡Un abrazo Jos!

Y si me permites una recomendación bibliográfica (creo que te puede interesar por tus temas habituales):

BETTELHEIM, Bruno:Psicoanálisis de los cuentos de hadas.

Josito Montez dijo...

Dios mío, Lo, si no has crecido con Disney, ¡no has tenido infancia!
Te suscribo, CaféOlé.
Alejandro, como ya te dije anoche facebookeramente, sí que me he leído ese libro, muy recomendable, sin duda.