domingo, 5 de abril de 2009

Ingrid


Cuando llegó a Hollywood demostró tres cosas: que no necesitaba el glamour, que no quería malas películas y que no había nadie como ella.
Ingrid Bergman, una de las actrices más amadas de la Historia del Cine, fue una incontestable muestra de talento, estilo e independencia.


Hizo siempre lo que quiso, trabajó con los grandes directores de su época y hasta el público más reacio estuvo dispuesto a quererla y a perdonarla.


El melodrama sueco "Intermezzo" fue todo un éxito internacional. David O. Selznick quería producir el consecuente remake en Estados Unidos y, para ello, llamó a la fascinante protagonista.


En el mundo del artificio, Ingrid espantó a los que querían cambiar su imagen y apostó con decisión por su hermosura natural, saliendo extraordinariamente bien parada.


A continuación, la Bergman subía las escaleras de la mitificación absoluta, casi sin pretenderlo. "Casablanca" fue la llave, mientras Hitchcock la demandaba para volverla loca en sus morbosas intrigas.


El público la prefería en dramas en tiempos de guerra. En ellos, desplegaba su especialidad de mujer neurótica, de oscuros orígenes, a veces perseguida y siempre con amores dejados por el camino.


Pero ella rehuía el encasillamiento por norma, y así fue desde monja a dama victoriana, pasando por Juana de Arco y la María de Hemingway.
Y llegó el día en que Hollywood se le quedó pequeño.
Fue cuando envió una carta de admiración - y velado amor - a Roberto Rossellini, artífice del neorrealismo italiano.


Ingrid voló a Roma para rodar "Stromboli".
Durante la producción de la película, abandonó a su primer marido, mientras iniciaba una relación con Rossellini y se quedaba embarazada.
Los hechos suscitaron tal escándalo en Estados Unidos, que la Bergman tuvo que exiliarse prácticamente del país y renunciar a la custodia de su hija.
En Norteamérica, fue durante muchos años la definición preferida de malvada mujer adúltera.


Con Rossellini, creó una nueva familia (donde se encontraba, por supuesto, su hija Isabella), mientras director y estrella se embarcaban en películas tan experimentales como profundas y arriesgadas.
Entre ellas, sobresalen "Europa '51" y "Viaggio in Italia".


A finales de los cincuenta, Ingrid Bergman se divorciaba de Rossellini y se produjo su anunciado regreso a la Meca del Cine, interpretando a "Anastasia", la supuesta hija del zar que tal vez sobreviviera a la revolución bolchevique.


Le dieron su segundo Oscar y todo fueron aplausos y perdones para Ingrid.
Sin embargo, la Bergman se prefería esporádica y siempre antepuso las buenas películas europeas a los bostezantes artefactos hollywoodienses.


Antes de morir en 1982, había atesorado un éxito triple y final: ganar un tercer Oscar por "Asesinato en el Orient Express", hacer vibrar la pantalla de televisión con su retrato de Golda Meir y dar su interpretación definitiva en "Sonata de Otoño".


En su entierro en Estocolmo, un violín tocó la melodía "As time goes by", la misma que la inmortalizó en "Casablanca" y en la retina de todos los amantes del cine.

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