domingo, 14 de febrero de 2010

Shelley


"Un largo camino desde el ghetto de Brooklyn hasta el apartamento de Nueva York, dos Oscars, tres casas en California, cuatro obras teatrales de éxito, cinco cuadros impresionistas, seis abrigos de visón y noventa y nueve películas".
Así definió Shelley Winters todo lo que había conseguido la vida.


En sus primeros años, compartió piso y aspiraciones con Marilyn Monroe.
La leyenda cuenta que fue Shelley quien enseñó a Marilyn algunos trucos valiosos sobre la interpretación.
Porque la Winters lo sabía todo sobre ser una gran actriz.


En Hollywood, no lo tenían tan claro. Intentaron embellecerla, ocultar sus defectos y adelgazarla.
Cuando llegó "Doble Vida", las cosas cambiaron.


Fue el primer paso para demostrar su innata capacidad dramática.
Y, de paso, Shelley acuñaba su estilo de interpretar mujeres que se fían de aquellos hombres de los que deberían huir.


Si "Doble Vida" la puso en el mapa, "Un Lugar en el Sol" la inmortalizó.
Ahora era la Winters, temblorosa, gorda, patética, increíblemente poderosa en escena.
Montgomery Clift la dejaba ahogarse, pero la retina del espectador no quiso sumergirla en el olvido.


"Un Lugar en el Sol" la confirmó como ese tipo de actriz secundaria que, en un instante, puede robar la película a sus protagonistas.


Interpretó a otra imborrable ahogada en "La Noche del Cazador", torvo cuento de hadas, donde caía presa de un psicótico predicador con el rostro de Robert Mitchum.


Terminaba la década de los cincuenta con su primer Oscar, potenciando su identidad de judía orgullosa en "El Diario de Anna Frank".


Pero para los devotos de la Winters en estado puro, el momento decisivo fue otro.
A las órdenes de Stanley Kubrick, Shelley incorporó a Charlotte Haze, la madre de "Lolita", o la quintaesencia de la trashy lady.


Criticada por deslenguada, tendente al histrionismo, a la exageración y al exabrupto pasado de vueltas, Shelley Winters se mantuvo como una criatura imprescindible en el panorama hollywoodiense, tan asidua del Actors Studio como de las fiestas más frívolas.


Su físico cada vez más orondo no fue óbice para que Shelley desposara con dos maromos de la época: Vittorio Gassman y Anthony Franciosa.
Evidentemente, lo mediterráneo le iba.


Gorda como un tonel, se hizo ideal para toda madre, judía o no judía, con la que echarse a temblar.


Así, fue desde la Ma Baker de "Bloody Mama" hasta la Faye Lapinski de "Próxima Parada: Greenwich Village", pasando por su segundo Oscar: la infernal mamá prostituta de "Un Retazo de Azul".


Su mejor guiño de complicidad lo dio en "La Aventura del Poseidón", donde nos enseñó, de manera entrañable, que su figura cinematográfica ya había aprendido a nadar, a bucear y a llegar hasta la otra orilla.


En sus memorias, lo contó todo, porque a ella le gustaba darle a la lengua sin pedir ni permiso ni perdón.


Nos informó que la muy suertuda había tenido romances con hombres como Errol Flynn, Marlon Brando o William Holden.
Y también nos relató que Anthony Franciosa nunca superó que ganase el Oscar y la dejó por Lauren Bacall.


La abuela de "Roseanne" fue su última victoria y se retiraba en 1999, con la satisfacción del deber cumplido.
Se ahogó tres veces en la pantalla, pero Hollywood sabía bien que no había quien hundiera a Shelley Winters.

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