"Oscar, tú y yo nos vamos a emborrachar esta noche", le decía Bette Davis a su dorada estatuilla en "La Estrella".
Sinónimo de la gloria absoluta casi desde su creación, el premio de la Academia de Hollywood es codiciado por todos los profesionales de la industria y vive en los sueños secretos de los que desean ser grandes.
La gala anual, el programa más visto de Estados Unidos, es una pasarela de lujo y sonrisas, que deslumbra y despierta envidias en el mundo entero.
Sin duda, el momento clave de la función corresponde a la apertura del sobre, seguida de las caras anhelantes de los nominados y la proclamación del vencedor. Éste acertará a dar las gracias y a nombrar compañeros, jefes, familiares y difuntos en su discurso.
La historia de los Oscars está llena de anécdotas, que Hollywood no duda en redifundir como otro acto más de su ilimitada vanidad. La india de Marlon Brando, el streaker o el ataque de emoción de Cuba Gooding, Jr. son algunos de los momentos preferidos.
También se han sucedido leyendas tales como la posible confusión de Jack Palance al anunciar que Marisa Tomei era la - inverosímil - ganadora del Oscar a la mejor actriz secundaria.
Los Oscars, como programa de televisión, es un producto de alto consumo, que no llega a satisfacer por completo - como cualquier ítem del mercado -, pero que otorga la sensación única de que se digiere lo genuino, la denominación de origen y la marca molona.
Por eso, todos eligen el Oscar, de la misma manera que se opta por la Coca-Cola y se pide la Barbie.
Más americanos que el chicle, los Oscars componen una gala frivolona, pero, en su esencia, resume la filosofía del éxito rápido que adoran en su país.
Es el premio a la competitividad, a la oportunidad, al derroche y, sobre todo, a las ansias de ganar.
Los actores y actrices se vuelven locos por el Oscar hasta el límite de la obsesión, aunque, como indicábamos hace varias semanas, no sea un refrendo seguro a sus carreras.
Pero subir al escenario y acariciar el dorado premio es, para ellos, la interpretación definitiva.
El talento es un aspecto valorable, pero nunca definitorio. Ron Howard pasando por encima de Robert Altman y David Lynch fue directamente una apología del descaro.
En cualquier caso, Penélope, Mickey, Brangelina, la Winslet, el fantasma de Heath Ledger y los niños de "Slumdog Millionaire" estarán el domingo con el corazón en un puño.
Y nosotros también, queriendo aprehender la estela de los elegidos a través de la simple contemplación.
Por cierto, premio para quien logre alguna copia de "The Oscar", melodrama camp de 1966, protagonizado por Stephen Boyd.