martes, 31 de mayo de 2011

El Adiós de Christopher y Mariska


Después de doce años, Christopher y Mariska entonan canción de despedida.
Y, sin ellos, no se predicen buenos tiempos para la mejor de todas las series "Ley y Orden".


La última semana, se publicaba la noticia de que Christopher Meloni no regresará para la decimotercera temporada de "Law & Order: Special Victims Unit".


No ha habido posibilidad de negociación en su contrato y, así, el agente Elliot Stabler abandona definitivamente la brigada que investiga crímenes de índole sexual.


Por el contrario, Mariska Hargitay sí continuará en la serie durante el próximo año, pero con una presencia cada vez más reducida.
El ascenso laboral de Olivia Benson se hará coincidir con la paulatina sustitución por otra protagonista.


Se cuenta que ya se ha decidido que Jennifer Love Hewitt será la nueva cara de "Law & Order: SVU".
En la reciente temporada, Jennifer intervino en varios episodios, y su interpretación sorprendió gratamente a los productores de la serie.


En cualquier caso, se trata de una sustitución pobre, como mínimo.
Sobre el nuevo protagonista masculino, se barajan varios nombres y, en próximas semanas, se presume que se anunciará el elegido definitivo.


Desplegar una serie de misterio sobre crímenes sexuales conduce, de manera inevitable, al exceso.
"Law & Order: SVU" es tan barroca argumentalmente que bordea el camp en muchas ocasiones.


¿Cuál ha sido el secreto de la convicción? ¿Su envidiable ritmo? ¿Esa búsqueda de realismo ambiental, tan propia de "Ley y Orden"? ¿O sus actores protagonistas?
Sea cual sea la respuesta, cuesta imaginar a la Unidad de Víctimas Especiales sin Benson y Stabler; protectores de todo débil victimizado, sagaces investigadores y perdedores natos en sus vidas privadas.


Con un estilo de interpretación honesto, tranquilo y en el exacto punto de emoción, la Hargitay y Meloni son la quintaesencia de los mejores actores de televisión.
Tan grandes y, a la vez, tan secretos.


Mariska consiguió el Globo de Oro y el Emmy por su labor en la séptima temporada.
Ahora atesora siete nominaciones consecutivas a los Emmy, y se la reconoce como la niña mimada de la Academia de Televisión.


La hija de Jayne Mansfield y Mickey Hargitay era una actriz catódica muy habitual antes de desembarcar en "Law & Order: SVU".
Ninguno de sus neumáticos padres pudo augurar el fulgurante camino de la bella Mariska.


Su participación en la serie la ha llevado a auspiciar The Joyful Heart Foundation, una organización de ayuda a las víctimas de abusos y otros delitos sexuales.
Así lo ha dicho: "Mucha gente se acerca y me lo cuenta a mí".


Hace pocos meses, Christopher Meloni lo confesaba: "Mariska y yo somos siameses, separados al nacer".
La buena química de Benson y Stabler en pantalla se debe asociar con la impecable relación de sus intérpretes.


"Lo amo. Lo echaré de menos terriblemente", ha declarado Mariska, al enterarse de que Christopher no volverá a la serie.


Christopher Meloni, primer marido de "Josito Montez", es todo un hombre de culto, con ojos penetrantes, carisma italoamericano y voz conquistadora.


Sin duda, Chris debió ser tan laureado como Mariska en Emmys y demás premios.
De momento, exigimos verlo cuanto antes en otra serie, que lo aproveche con decisión.


Hasta este año, todas las renegociaciones contractuales de Mariska y Christopher han sido conjuntas.
Ahora, con ella, se ha llegado a un acuerdo intermedio. Con él, no ha sido posible.
Se imponen altas demandas económicas, merecidas sin ninguna duda, pero incapaces de afrontar por una franquicia que se encuentra en horas bajas.


Ya sabemos que la serie madre "Ley y Orden" fue cancelada el pasado año.
Esta temporada, "Law & Order: Los Angeles" empezaba con buen pie, pero los inexplicables cambios en el reparto la condenaron y no superará su primera temporada.


Junto con "Special Victims Unit", sólo sobrevive "Criminal Intent", cuya emisión vive entre la cadena de pago USA y los veranos de la generalista NBC.


¿El futuro de "Law & Order: SVU" es una incógnita mayor que los misterios que nos cuentan sus episodios?
¿O el abandono de Christopher y la distancia de Mariska ya son expresivos de un final inminente?


Echaremos de menos a tan encantador tándem.


Aún así, no conocemos mejor plan que pescar una reposición a altas horas de la madrugada y dejarnos seducir por esas milagrosas historias donde siempre se atrapa a los culpables.

lunes, 30 de mayo de 2011

Cuerpos


El sexo ha sido el gran tema de la Historia del Arte. Y también, el mayor motivo de censura.
La incomodidad por fornicios escenificados y cuerpos desnudos no nació ayer ni morirá mañana.
Y el cine ha sido la prueba definitiva de esa mezcla de espanto y atracción, que sacude mentes y vende entradas.


Cuando el asunto se pone carnal en la pantalla, los padres se preocupan, los adolescentes se ríen nerviosos y los niños pierden la inocencia.
Al menos, de manera tradicional.


La inocencia ya no sirve para gran cosa, y el público no se asusta como antes.
Pero aún así, el sexo en el cine sigue suscitando más persecución censora que la violencia o cualquier transgresión.


En otros tiempos, nadie se desnudaba ni follaba en las películas.
Ese es el mayor problema del cine clásico, visto en retrospectiva. Es tan pudoroso que ni se entiende.


Una simple espalda, media pierna o un guante deslizante suponían un gran escándalo.
La moralina convertía películas sexualizadas en su caballo de batalla favorito. Pero la aureola de prohibidas no hizo sino crecer el interés por ellas.


La intimidad sexual quedó reservada a films que la explotaban con intenciones libidinosas.
La sexploitation norteamericana y el destape español sofocaban la necesidad de un cine más o menos oculto, destinado al espectador masturbador.


Aparte de esa vertiente erótico-festiva, comenzaba a irrumpir ese cine erótico de alto voltaje, que narraba el lado culposo y humillante de las relaciones más destructivas.
Como resultado, o el sexo era demasiado fantasioso o provocaba un absoluto estupor.


El desnudo en el arte siempre fue un fenómeno femenino. En las pantallas, también.
No es ningún secreto que el cine ha estado diseñado para el espectador masculino heterosexual. Cuando una película se ponía caliente y valiente, la despelotada era ella.


Las actrices han tenido una relación complicada con semejantes exigencias del guión.
Sandra Bullock confesó que se puso cinta adhesiva en los pezones en cierta escena de cama.
En cambio, una señorita del calibre de Kate Winslet se ha despelotado en la práctica totalidad de su filmografía, sin ningún tipo de complejo.


Que ellos se desnuden es relativamente nuevo.
En los noventa, los actores se hicieron muy adictos a enseñar el culo, bien recogido y mejor depilado.


Otros, como Ewan McGregor o Jude Law, iban más allá y nos mostraban pene.
Ahora el desnudo masculino se potencia más que nunca, asociado con un público que crece y demanda.


Sortear el sexo con insinuaciones, puertas cerradas o relojes de cuco quedó caducado desde mediados de los setenta.
El cine más vanguardista ha apretado las tornas e incluso ha colocado a sus actores en escenas de sexo real.


"Los Idiotas", "9 Songs", "Shortbus" o "Romance" son algunas de las más conocidas películas que ilustran situaciones no simuladas.


El sambenito que todavía pesa sobre Chloë Sevigny al respecto de la felatriz secuencia de "The Brown Bunny" expresa restos de la visión psicosocial del fornicio dentro y fuera de los escenarios.


Al final, el cine ha terminado por ser el mejor laboratorio del sexo.
Del mismo modo que le aplicaba corrector negro allá donde aparecía, lo popularizó enormemente.


En la pantalla, se gestó el morbo y se contó el placer. Enseñó el modo de hacer un strip-tease, mostró la imagen del fetichismo y dialogó la apropiada obscenidad.
No es ningún secreto: hoy todos follan como en las películas.

viernes, 27 de mayo de 2011

Pájaros de la Reacción



A la derecha de la sala, se sentaron en cierta ocasión, pidiendo moderación y recordando viejas costumbres.
A la derecha, se agruparon los conservadores. Y así hablaron.


Que el mundo permanezca igual. O que sea como enseñó papá.
La conservaduría siente que las cosas deben seguir siendo como alguna vez fueron.


Desde el templado conciliador hasta el violento supremacista, conservadores hay muchos, tan variados como contradictorios.
Unos se visten de ideas del ayer, misas solemnes y purezas de largo alcance.


Otros representan la nueva reacción, disfrazada de moderna.
Obviarán tus intimidades, pero predicarán el capitalismo salvaje y la ley del más fuerte.


Dios, fiestas de guardar y abstencionismo genital.
La conservaduría más devota reza en iglesias de influencia, camina bajo protocolos y reserva las indiscreciones en un cuarto trasero.


Exige a los jóvenes que no follen y considera el matrimonio como la única oportunidad posible para darle vida al bajini.
Homosexualidades, puterismos y demás licencias sólo competen a las sombras de la ciudad, a los sábados por la noche y a la confesión del domingo.


La conservaduría es antiabortista y no le gusta el asunto de las células madre.
Es sacralista, espiritualista y le obsesionan tanto los accidentes de la vida, que pierde el mundo oprimiéndola.


La América de los años cincuenta se hacía el idilio de la conservaduría.
No parecía gris ni atroz como otras victorias de la derecha; era colorida y se contaba desde la sonrisa dentífrica de Doris Day.


Se vivía el romance entre la corrección anticuada y la sensación del deber satisfecho. Como cualquier pretensión de paz, resultó una insostenible mentira, sólo adecuada para enmarcar postales.


Hay conservadores que piden armas, diciendo protegerse de los que traspasan vallas y fronteras.
Otros, simplemente, ponen en evidencia los sueños de los izquierdosos.
El ser humano no nació para cambiar el mundo ni para repartir el pan, aseguran. Nació para hacerse rico, defenderse a la antigua y tener muchos hijos que se peleen por la herencia.


Las derechas han sido siniestras, usando la policía y el ejército como su alargado brazo de tortura e intimidación, durante tiempos de arresto y negras noches de dictadura.
Llamar fachas a los conservadores es recordar sus momentos de mayor aberración.


Ahora se suelen agrupar, con mucho pragmatismo, en partidos políticos únicos, que aglutinan sus matices.
Hay más tensión ideológica de la que nos cuentan, pero les une la misma visión del dinero y el inmovilismo social.


No todos sus votantes son sociológicamente derechones, pero se sienten seducidos por la promesa de orden y concierto que se vende.
Así se explican las avasallantes victorias en momentos de crisis y revuelta. En la América hippie, gobernó Nixon; en la Inglaterra del paro, arrasaba Thatcher.


Ante la indefinición de los tiempos, ¿qué mejor que acudir al severo papá?, piensan los que votan.
Con mano de hierro, ahuyentará a los fantasmas y mandará callar a tanto contestón.



Se tiende a criticar a los conservadores desde filas progresistas. Yo lo suelo hacer, porque no los puedo ni ver.


Pero los atacamos como si fueran un ente aparte, completamente ajeno, cual línea de villanos. Esas antiguallas inservibles para la basura.


En realidad, son el espejo de los defectos de la sociedad. Sus sentimientos no son ajenos a nadie: el egoísmo, el rechazo a los diferentes, el miedo al futuro.


Por ello, resultan convincentes para todos los que depositan en ellos sus esperanzas de salvación.


Al final, siempre se impone la verdad: el mundo no es digno de conservación, porque no resiste una auditoría.
Es mejor ablandar la mente, cambiar de vida, girar la cabeza, volverse loco, reír por nada, fornicar por todo, darse opinión, leer un libro de vez en cuando, perder nostalgias y pensar mejor.