jueves, 30 de septiembre de 2010

Benditos Bastardos


Si una película encuentra el justo punto entre el estilo y el exceso, es probable que me guste.
Si además retunea la Historia y tiene un truculento sentido del humor, me apasionará.
Por ello, yo también soy un inglourious basterd y amo a Diane Kruger.


Hoy celebramos la película de Tarantino con un libidinoso paseo por sus chicos más guapos.
Pero también aprovecho estas breves líneas para recordar a su montadora, la gran Sally Menke, que fallecía el pasado martes en plena ola de calor en Los Ángeles.


Se ha dicho mucho sobre "Inglourious Basterds", pero no he oído a nadie suspirar lo suficiente por su reparto masculino, excelsa mezcla de señores de varios países.


Algunos ya eran bien conocidos por todos nosotros.
Otros le deben al gran Quentin un importante espaldarazo a sus respectivas carreras.


Entre estos últimos, se encuentra el ardiente Michael Fassbender, actor nacido en Alemania, pero criado, vivido y bailado en tierras norirlandesas.


En mi opinión, es el que está más bueno de los basterds.


Es guapo, pelirrojo y tiene talento; milagrosa combinación para cualquier industria cinematográfica de ambos lados del océano.


Este verano, Michael ha sido "Centurion", mientras terminaba de dar nueva vida a Edward Rochester en enésima adaptación de "Jane Eyre".


En estos momentos, se prepara para convertirse en Magneto en la próxima entrega de los "X-Men".
Fassbender se ha asentado en Los Ángeles con todas las promesas del mundo, y sonríe abiertamente en estrenos y otros festejos.


Quizá Michael suspire por el estatus de Brad Pitt, ese nombre que llena cines desde que la memoria nos alcanza.
Además, hoy es el cincuenta por ciento de esa sociedad familiar-romántico-famosil conocida como Brangelina.


Brad se ha hecho mayor, pero sigue adorando el desaliño; al fin y al cabo, nació para la causa en los muy grunge años noventa.


Su intervención en la película de Tarantino habla de sus proverbiales ambiciones, más allá de ese soleado rubio que acaparaba los primeros puestos en todas las listas de hombres sexys.


Ahora es difícil encontrar una foto reciente en la que salga descamisado y/o emergiendo del agua. Ahora Brad sólo se fía de la barba, del smoking y de Angelina.
En preproducción, se encuentra un posible nuevo bombazo protagonizado por Pitt. Se llamará "Guerra Mundial Z", adaptación del best-seller de Max Brooks.


También rubio, pero decididamente más potente es el muy germánico Til Schweiger.


Era inevitable suspirar por sus carnes alemanas en "El Hombre Deseado", comedieta guilty pleasure, donde Til se pasaba el mayor tiempo posible en calzoncillos.
Todo un previo del Ryan Kwanten de "True Blood", sin ninguna duda.


"El Hombre Deseado" fue uno de los mayores éxitos del cine alemán de los noventa, y confirmó a Til como cara frecuente en las producciones más varopintas de su país.


En "Inglourious Basterds", interpretaba a un agobiadísimo perro nazi, tan temible como buenorro.


Qué dilemas los de la pobre Soshanna.
Sobre todo, cuando aparece un agente de la esvástica, con el irresistible porte de Daniel Brühl, y se confiesa enamorado de ella.


El niño de "Goodbye, Lenin" es un actor germano-catalán, de boca intrigante, mirada triste y perenne aire juvenil.


Su bilingüismo le ha permitido diversificar los orígenes de sus películas.
Hasta el momento, su interpretación más aclamada ha sido el anarquista y atracador Salvador Puig Antich, en el biopic de Manuel Huerga.
A Daniel todavía le queda dar una campanada definitiva.


Lo dicho. Guapos a montones en una Segunda Guerra Mundial inventada, cinefilizada, tarantinizada.
Y lo susodicho. Me quedo con Fassbender, que no Fassbinder.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sobre "Laura"


Según los mejores clásicos, la principal motivación para todo asesinato tiene que ser el amor.
A la fuerza, su investigación se producirá en el escenario preciso, lleno de glamour, cigarrillos y gente que camina con la misma elegancia con la que viste.
Así lo demanda la intriga noir, así lo cumple "Laura".


En "Laura", se aprietan las tornas, se intensifica el romanticismo, se destila la realidad de la muerte.
El detective que investiga el asesinato de Laura Hunt se obsesiona con la bella occisa.
"Debería tener cuidado, McPherson, o acabará en un pabellón del psiquiátrico. Dudo que jamás hayan tenido un paciente que estuviese enamorado de un cadáver".


"Laura" insiste en un tema recurrente de la ficción de los años cuarenta, que relacionaba la muerte con el amor eterno.
En una época asediada por una cruel guerra mundial, era mórbidamente reconfortante el siguiente mensaje: el amor trasciende la propia vida y los muertos nunca terminan de irse.


"Laura" parte de obsesión necrófila para transformarse en obsesión total, por mor de su descabellada intriga.
Laura no está muerta, y esa es la prueba más evidente para el detective McPherson.


Dormido con la música puesta, tras beber whisky barato y mirar demasiado el retrato de Laura, el detective despierta y se encuentra con la verdad.
Laura aparece en el umbral, viva. Y asegura que no sabe qué ha pasado.


Alguien quiso matarla y la confundió con otra. Ésta abrió la puerta y recibió un escopetazo en plena cara.
Laura ha pasado de ser el cadáver a convertirse en la principal sospechosa de un misterio, que se enreda y se vive en los escenarios de la alta sociedad.


"Para ser una chica tan inteligente y encantadora, se ha rodeado usted de un buen puñado de bastardos".


Su envidiosa tía o su arribista prometido podrían ser los criminales. O su mecenas, quien diseñó a Laura como una mujer exitosa y la ama sin tocarla.
Hablamos de Waldo Lydecker, el columnista de la corrosión exquisita y la réplica afilada.


Los sospechosos mienten al detective McPherson.
En cambio, a Laura sienten la necesidad de decirle lo que piensan sobre ella.


Todos quieren a Laura, todos la odian.
Los frustrados personajes que la rodean derraman sobre ella su snobismo y su fracaso íntimo.
Y la envidia disfrazada de amor, con la escopeta escondida en el lugar indicado, vuelve a tocar a su puerta por última vez.


Una película como "Laura" no se estudia, ni se piensa, ni se calca, a pesar de que ha sido imitada en centenar de ocasiones.
"Laura" es una película para respirar.


Todo en ella embauca, miente y confunde, como el más acerado muestrario de lo chic, como la perfecta definición de lo glamouroso.
Seduce su estética y seduce la profundidad de su mensaje: el amor puede conducir a la brutalidad y también puede significar la última rendición.


Los actores conforman buena parte del atractivo inmarchitable de "Laura", y todos se hicieron estrellas gracias a ella.


Nunca han parado los elogios hacia Gene Tierney, Clifton Webb y Vincent Price, pero hoy quisiera distinguir al guapísimo Dana Andrews.
Su aparición como el sensual detective McPherson bien podría haberle hecho merecedor del título del Maromo del Año, si este blog se escribiese en 1944.


"Laura" es una película favorita de toda la vida, y cada visión supone un reencuentro y un nuevo hallazgo.
Rara ocasión fílmica ésta, que uno desea nunca termine.


Goodbye, Laura. Goodbye, my love.

viernes, 24 de septiembre de 2010

'Rags to Riches'


Si se desea con la suficiente fuerza, esta noche miraremos al cielo y caerán todos los céntimos que faltan para llegar a fin de mes.
Porque lo promete el mundo, porque está escrito en los guiones de Bollywood y de Hollywood; el día menos pensado, pasaremos de los harapos a la riqueza.


No es ninguna casualidad que las mayores industrias del entretenimiento hayan nacido de la miseria de su público.
Siempre hubo peniques para ver un musical de Busby Berkeley, y todavía es baratísimo entrar en una sala de cine hindú.
El público en crisis no sólo persigue una historia que lo diserte de la realidad; busca su vida contada de otra manera.


Los amores interclasistas y los ascensos económico-profesionales son las armas con las que se construye una buena saga rags to riches.
Expresan las ganas que tiene el personal de montarse en el duro. Si hay que sufrir, que sea agarrados a un collar de perlas o apoyados en una columna jónica.


Durante la Depresión, se publicaron novelones al respecto, protagonizados por voluntariosas mujeres que, a fuerza de sacrificio y lágrimas, pasaron de ser unas muertas de hambre a abrigarse con marta y mitón.


Sucedía en historias como "Lo que el Viento se Llevó" o "Imitación a la Vida", donde sus heroínas se enriquecían, a base de temperamento, de perseverancia y, de una manera sólo insinuada, también de prostitución.


La emoción que suscitan películas como "Slumdog Millionaire" o los concursos de promesas musicales habla de la pervivencia de los meteóricos triunfos como estrategia para entretener a las audiencias.
Se entremezcla también con una obsesión tan contemporánea como la fama, que asocia el reconocimiento público con la trascendencia vital.


El público encuentra placer en la celebridad y la riqueza ajenas, pero desarrolla sobre ellas una compleja reacción.
Por un lado, admira todo lo que suponga brillo y esplendor; por otro, se ríe cuando los famosos quedan en ridículo y fracasan.
En secreto, desearía destrozar esas mansiones y correrse encima de las ruinas.


Quizá para paliar esta envidia visceral del público, muchas de las historias rags to riches no terminan celebrando la opulencia.
Se visten de cuentos morales y tienden a concluir que el dinero no otorga la felicidad.


Nos cuentan que, en medio de su ascenso, los protagonistas olvidaron cierta noción de sí mismos. Quizá algo de dignidad, muchos espacios de libertad e ingentes grados de amor por los suyos y por los otros.
Se dan cuenta y se lamentan, mirando cómo todas las cosas bonitas que han conseguido no les han servido para nada.


Las sagas rags to riches suponen, por tanto, un camino de ida y vuelta para el espectador.
Llevan a la riqueza deseada, la cuentan y acaban expresando que la verdad de la vida se encuentra en lo pequeño y lo cotidiano.
El espectador sale de la película con dos sensaciones aparentemente opuestas; por un lado, el sabor del lujo y, por otro, la convicción de que su felicidad depende exclusivamente de sí mismo.


Y ese muerto de hambre de la vida real volverá calladito a casa, se dormirá obediente y soñará con los céntimos que faltan.
Esos que, tarde o temprano, empezarán a caer del cielo.