lunes, 31 de mayo de 2010

Follar es...


- Un verbo exquisitamente vulgar que designa la consumación de la relación sexual.
- Coger, copular, joder, mojar, chingar, echar un polvo, tirarse a alguien, que te den lo tuyo.
- Postura, coito y orgasmo.
- Sudor y olor.
- Práctica del empuje.
- Experiencia de la recepción.


- Hacerlo con Sharon conduce a un final demasiado punzante.
- Consecuencia de calentamientos propios o asistidos.
- Prístina demostración de que el ser humano es un animalito del Señor.
- Degustación de genitales, penetración y otras estrategias del placer mutuo.
- Respirar al otro.


- Conocer gente.
- Mecánica de los cuerpos.
- Los "afrancesados" lo llaman hacer el amor...
- ... aunque el amor sea sólo un accesorio.
- La única manera que tienen algunos y algunas de comunicarse con el prójimo.
- Cosa de dos. O de tres. O de muchos más.


- Victoria de los ligones.
- Encanto del porno.
- La obsesión que despierta nace de su incorrección. Como la droga o el poder.


- Lo que tu madre no quiere que hagas...
- ... aunque ella debió hacerlo en algún momento de su vida.
- Adoración de Brenda Chenowith, Samantha Jones y Christian Troy.


- Envidia del masturbador.
- Sofocar rabias, atacarse, demostrar potencia.


- Someter y someterse.
- Hay muchos que lo necesitan. Desesperadamente y por el bien de todos.
- Lo que no han hecho nunca ni Sheldon Cooper ni Emma Pillsbury.


- El mejor anti estrés.
- En el cine clásico, fundido a negro.
- Según la RAE, en acepción no vulgar: Soplar con un fuelle, o tirarse un pedo sin ruido.
- Use usted un preservativo.
- Lo que quiero hacer contigo. Date por aludido, si eres de sexo masculino.


- Allá voy.
- Bah, fuck!

domingo, 30 de mayo de 2010

Kim


La tía más buena de los ochenta, Kim Basinger nos enseñó el estilo del mejor strip-tease, iluminada a través de las persianas y musicada por Joe Cocker.
Puro folklore del fin de siglo; fue también su consolidación como dama erótica y, por tanto, la generación le dedicaba sus mejores momentos en solitario.


Kim era parodiada y cuestionada a rabiar.
Los críticos se reían de sus interpretaciones, y el público quería verla como chica ligera de cascos y señorita liviana de ropas.


Kim Basinger acabó por reírse de las expectativas y, cuando todo parecía haber terminado para ella, alzó un emocionante Oscar.
Demostraba que hay mujeres que brillan por sí mismas y que son capaces de trascender la masturbación ajena que provocan.


El mito comenzaba en "Nunca Digas Nunca Jamás", entrega bondiana, que recuperaba a un otoñal Sean Connery como el agente secreto 007.
Kim, bajo el nombre de Domino Petachi, se convertía en una de las más queridas chicas Bond de la historia de la saga.


La turbia "Nueve Semanas y Media", respuesta yuppie y videoclipera a "El Último Tango en París", la reafirmaba como mujer de escándalo y lubricidad.


Podía dejarse el sombrero puesto, pero era menester que se lo quitara todo.
Mickey Rourke y Kim Basinger se hacían santo y seña de la década de los ochenta.


Esa buena época culminaba con su película más taquillera, "Batman", donde fue Vicky Vale, aterrorizada por el Joker, seducida por el hombre-murciélago.


La crítica destrozó la actuación de la Basinger en "Batman", pero nadie pudo perjudicar su gran momento.
Las revistas la perseguían por su relación con Prince, y en los Oscars de 1990, irrumpía con un inolvidable traje, diseñado por ella misma.


Está considerado el peor vestido jamás desfilado en la alfombra roja; todo un mérito, sin duda.


Los noventa que comenzaban no fueron beneficiosos para la carrera profesional de Kim.
Se casaba con Alec Baldwin y verlos juntos era como contemplar el escaparate de una pastelería.


Sin embargo, sus películas juntos no despertaron el interés del personal, y sus respectivos cachés fueron menguando al ritmo de los descalabros.


En el caso de Kim, se sumó el desastre de la ambiciosa "Cool World" y, sobre todo, el pleito que le interpusieron los productores de "Boxing Helena" por zafarse del proyecto e incumplir el contrato.
Kim Basinger desaparecía del panorama.


Estuvo a punto de rechazar "L.A. Confidential" porque estaba harta de interpretar putas.
Se lo pensó mejor, y su aparición como intrigante y patética call-girl despertó un aplauso que Kim jamás había oído con anterioridad.


Con el Oscar como mejor actriz de reparto, la Basinger renacía de sus cenizas, con el cariño que despiertan en Hollywood aquellas que ganan por simple y bendita testarudez.


Su matrimonio con Alec duró más de lo previsto, pero acababa en 2002 de mala manera y con luchas encarnizadas por la custodia de su hija Ireland.


Ahora Kim reaparece cuando quiere, en su nueva especialidad de madura enamorada de hombres más jóvenes que ella.


Se enfrenta a la tradicional sequía de buenos papeles para mujeres de su edad en el cine norteamericano, pero es una realidad que ella conoce desde hace mucho tiempo.
Y, quizá, ya no le importe.

viernes, 28 de mayo de 2010

Clásicos y Rancios


Entre los amantes del cine, suele producirse una gran confusión.
Se mezcla lo clásico con lo rancio, lo vigente con lo desfasado, lo que ha quedado detrás con lo que debería conservarse.


Decía cierto profesor mío en un ataque de posmodernismo: "¡Basta ya! ¡Showgirls es mejor que All About Eve!".
Añadía que los diálogos de la película de Mankiewicz no hay quien se los crea y, mientras, en "Showgirls", sale nada menos que Gina Gershon.


Una gran verdad es que los cinéfilos tienden a ponerse pomposos frente a lo nuevo, y compararlo desfavorablemente con lo antiguo.
Como si lo de antes fuese, a la fuerza, mejor.


Olvidan la mil limitaciones del así llamado cine clásico; en realidad, el estadio primitivo e infantil de la narración cinematográfica.
Era el lugar seguro donde todas las cosas tenían un desenlace, y donde abundaban mensajes de sentimentalismo, represión, sexismo y todo lo que intentó inculcarte tu honorable abuela.


Si el cine de los primeros tiempos de Hollywood sigue teniendo caché es, ante todo, resultado del furor por lo retro.
La característica envolvente y escapista de las películas de entonces les ha dado un encanto primordialmente estético.


El estilo y el misterio de sus estrellas se mantiene imperturbable, y sus leyendas negras siguen fascinando. Y, en este blog, ha quedado claro todo esto último.
Pero, ¿la calidad intrínseca de las películas que protagonizaban esas estrellonas? ¿Y sus interpretaciones?
Ya lo dijeron Salinger, Vidal y Kael: falsísimas.


El artificio tiene la capacidad de volverse atrayente kitsch, pero todo lo que viene de fábricas y producciones en cadenas, acaba provocando sobredosis de plástico.


Echando un vistazo al catálogo de cine clásico, hay películas buenísimas, regulares, malas y bodrios más grandes que catedrales.


Esa variedad de calidades sucede en todas las épocas, pero, en este caso, la apreciación correcta se ha visto mediada por la mitificación.
La misma que hace parecer bueno lo que sólo fue derivativo y acomodaticio.
Muchas de las llamadas grandes películas de los años treinta, cuarenta y cincuenta hoy se observan con mucha indiferencia, y el paso del tiempo les ha sentado como una losa.


Tanto la censura como el propio candor del público de entonces llenaban de restricciones hasta las historias que se pretendían más subversivas.
Algunas están tan contenidas que resultan incomprensibles.


Sólo los maestros de la insinuación, del estilo de Lubitsch, Hitchcock o Lang, pudieron otorgar a sus películas un toque de lascivia.
Pero, aún así, no deja de ser un toque.


Y los que intentaron desafinar la balada, como Welles o von Stroheim, fueron rápidamente aplastados por la implacable maquinaria de las sonrisas y el star-system.


El esquema normativo clásico sigue vigente por su básico proceder, su mensaje directo al público y su presunta garantía de entretenimiento.
Tanto el cine como la televisión siguen apostando por historias tradicionalmente narradas, que pueden ser buenas o malas, pero aportan muy poco.


Si se quiere regalar algo a la generación, mejor reventar con nuevas ideas, que aburrir con viejas.
Destruyamos los tótems y construyamos unos propios.


Me aplico el cuento: ¡Viva Gina Gershon!

miércoles, 26 de mayo de 2010

1958


Sólo se trataba de conectar. Con las emisoras, con las imágenes, con los sonidos, con las ondas.
Porque el mundo tenía mucho que contar en 1958.
Los norteamericanos conseguían mantener su primer satélite en órbita, tras muchos intentos fallidos. El Explorer 1 despegaba y triunfaba.


Domenico Modugno cantaba "Volare", y Sinatra hacía la debida invitación: "Come Fly With Me".
Se esperaba que, desde las alturas, todo se viera distinto.


En Cuba, la "Radio Rebelde" retransmitía sus intenciones, sugiriendo a Fulgencio Batista que comenzase a contar sus días.
Fidel Castro se encaminaba hacia su destino con la prisa que sólo pueden imprimir la juventud, la convicción y la testarudez.


En la cocina de Donna Reed, la radio sólo sintonizaba melodías agradables y tiernos arrullos del bienestar.


La actriz estrenaba show propio en televisión; una sitcom que definía perfectamente el ambiente fifties.
Interpretaba a la ideal ama de casa, modosa, disponible para su marido y con una falda que no se me movía de puro impecable.


Una nueva arma estaba a tu disposición, querida.
Se descubría el Detanonium, la sustancia química más amarga que el paladar humano podía soportar. Era ideal como elemento disuasorio que incluir en detergentes y lejías.


Así, los niños no se sentirían tentados de beberse los productos de limpieza. Qué tranquilidad, Donna.


Oh, honey, pero si supieras lo que hacen tus muchachos en el drive-in.
Van a ver películas a deshora, que cuentan lo delicuentes y fogosos que son.


Pero ellos no hacen caso a la pantalla. Sólo piensan en el sexo y en la chica que tienen en el coche. Y con chicas como ésa, no hay Detanonium que valga.


Los hijos siempre salen contestones. Y, a veces, agarran el cuchillo. El fiasco hollywoodiense del año tenía un nombre claro y los periódicos traían la noticia.
Cheryl Crane, la hija adolescente de Lana Turner, había apuñalado hasta la muerte al gángster Johnny Stompanato.


Johnny era el último novio de Lana, un italoamericano de mano ligera, que maltrataba a la estrella de "Peyton Place".
Y, como en dicha película, la hija le puso los puntos sobre las íes.


El caso fue visto como defensa propia, y Cheryl Crane salió libre.
La verdad sobre el acuerdo al que llegaron madre e hija antes de llamar a la policía quedó entre las sombras de esas realidades que es mejor desconocer.


¿Desamor, Lana?
Aquel año fue cosa de The Platters, que regalaron una maravillosa versión de "Smoke Gets In Your Eyes". Recordaban que las lágrimas no se pueden esconder.


Elvis rompía el corazón a sus seguidores cuando anunciaba retirada provisional para cumplir el servicio militar; fue su peor decisión artística, valorada en retrospectiva.
En el cine, Presley era "King Crole" y amaba a Carolyn Jones, actriz del momento.


Thank Heaven for little girls, así cantaba Maurice Chevalier, el adorable viejo verde de "Gigi", musical del año, lleno de buenas canciones, burbujeante champán parisino y diseño de Cecil Beaton.


Pero la novela del año no daba gracias al Cielo por las niñas; daba gracias al Infierno.
Tras tres años de censura en Norteamérica, "Lolita" se publicaba finalmente en Nueva York, batiendo récords de venta.


"Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas", así empezaba Vladimir Nabokov la historia de amor y horror entre Humbert Humbert y la niña del Campamento Q.


El piano loco de Jerry Lee Lewis se calificaba de pecado. El great ball of fire tenía 23 años y era una estrella del rock-and-roll, cuya música resultaba de lo más erótica para las faldas de todas las Donnas Reeds.
Él tendría sólo 23, pero se descubría que su mujer tenía 13 años y era su prima segunda.


Supuso un nuevo escándalo lolitesco, y suspendió el estrellato de Jerry Lee Lewis durante toda una década.
Así eran las prohibiciones para la vida del buen pensar y el mejor estar.


La crítica de 1958 se quedaba fría con la última película de Hitchcock y se apuntaba que el genio había hipotecado su estilo a la televisión.


Quizá los críticos no supieron inclinarse para oler la fragancia perversa de las mejores obras de arte.
Por su parte, el público confió en Alfred nuevamente, y se dejaron torturar por un necrofílico laberinto de ojos, escaleras, colgantes, campanarios y monjas que aparecen deus ex machina.


Siempre sintonizando con el mundo, se descubrían nuevas victorias.
Ganó De Gaulle en Francia y se impuso Kruschev en la Unión Soviética.
La magnetosfera era realidad científica, Brasil exhalaba la primera bossa nova y Christopher Lee se vestía de colorido y sexy Drácula.


Y cuando se apagaba el planeta y sus comunicaciones, se confiaba en los Everly Brothers. All I have is to do is dream, dream, dream, dream.